24.2.09

No te vayas


Es tarde en la madrugada y Paola camina evitando los charcos. La noche ha sido mala y lo único que la consuela es que mañana llega Martín. Ah, Martín. Con su caminar distraido y la vista decidida, hombros de muchacho y las gafas que lo hacen ver más joven de lo que realmente es. Hacía meses que no sabía nada de él y apenas la semana pasada sonó su celular. Un número desconocido con una clave lada que la intrigaba. Apenas y dijo "Hola, ¿cómo estás?" y ella ya lo había perdonado. En una fracción de segundo los gritos, las amenazas, las lágrimas y los reclamos se esfumaron para dar paso a las ilusiones y las promesas de amor. Paola no podía controlar su emoción mientras sus tacones acompañaban rítmicamente su respiración. Hace frío y ella no lo siente porque el recuerdo de Martín le incendia el cuerpo. Recuerda esas vacaciones en la playa y como sus manos la recorrían toda y de alguna forma le tocaban hasta el alma. Hacer el amor en la playa no fue como ella se lo había imaginado, la arena metiéndose por todos lados, la espalda rasguñada y el miedo a ser vistos la distraían de lo que pasaba en ese momento. Pero justo cuando vió la cara de Martín entregado al placer y como disfrutaba el estar dentro de ella, esa cara de alguien que por fin ha encontrado la felicidad, fue cuando se dejó llevar y tuvo la certeza de estar enamorada.

Todavía es muy temprano y mientras pide una torta de tamal y un vaso de atole las manos le tiemblan por culpa del frío que no perdona a ni a los amantes de paso. Pero eso no importa porque Paola está enamorada y su hombre ya viene en camino. Ve a la gente pasar y se imagina que vienen buscando a un amor de la infancia o que van a reencontrarse con su familia después de años de ausencia. A Paola nada le preocupa, no le importa que el vestido deje ver esos kilos de más que la vida le ha añadido porque ese es el vestido favorito de Martín, él mismo se lo regaló la última navidad que pasaron juntos. Tampoco le importan las canas que no tuvo tiempo de ocultar ni las arrugas que ahora enmarcan a sus ojos. El tiempo pasa y ella se deshace en recuerdos de noches calientes y despertares enamorados. La gente sigue su camino mientras ella siente que los ojos le pesan y las emociones la llenan de dudas; "¿me reconocerá? ¿todavía le gustaré? ¿habremos cambiado demasiado los dos?". 

Ya son las nueve y él está retrasado. No quiere preocuparse pero no deja pensar que tal vez le pasó algo. Hay algo en su estómago que la molesta, es una voz, un insecto que se mueve por dentro y no la deja en paz. Ese pinche insecto ha empezado a morder y a devorar su tranquilidad, en cada mordida desprende un suspiro y lo deja escapar. Por fin se escucha, con esa voz mecánica y aburrida, la llegada del camión que trae a su amor. Poco a poco empiezan a descender los pasajeros con esa cara de quien sigue en otro lado. Ella ansiosa mira como bajan uno a uno y ninguno es Martín. Poco a poco el camión comienza a vaciarse y ella se pone más nerviosa. Por fin baja el último pasajero, un gordo calvo y malvestido que cojea al caminar. Algo en él se le hace conocido. Los lentes son idénticos a los de... No, no puede ser. Pero... Hay algo en ese hombre desagradable que a ella se le hace tan familiar. No quiere creer lo que la vida le ha traído en lugar del hombre del que se enamoró. Él la ve y sonríe mientras se acerca a ella con dificultad. Ella no sabe que hacer cuando él llega hasta donde se encuentra congelada.

Solo queda el eco de esa voz patética que le implora que no se vaya, que no lo abandone mientras que ella sigue caminando sin voltear ni una vez. Solo el eco de su voz diciendo: "Paola, no te vayas".

23.2.09

Las Huellas


La mañana es fría y el viento sopla una canción tan vieja como la memoria misma. A lo lejos sólo se escuchan sus pasos sobre el adoquín. Calza tenis deportivos blancos con llamativas suelas rojas, usa un par de bermudas viejas y una sudadera azul. Viene corriendo con el pretexto de hacer ejercicio pero en realidad su propósito es otro. Trata de dejar su pasado atrás, trata de huir de su vida, de sus recuerdos, de él mismo. Cada zancada deja una huella y cada huella duele como un cigarro apagado en la piel. El sudor llena su frente y huele a perfume de amores atrasados, a besos jamás dados, en cada gota se ve el reflejo de una historia que se va olvidando y que se evaporan más rápido que un suspiro en la madrugada. La gente camina por las banquetas con la mirada baja, como si quisieran esconderse del frío, y se apresura para no llegar tarde al trabajo. Él sigue adelante dejando atrás todo, deshaciéndose en trozos. Y mientras él corre la ciudad no se detiene. Los microbuses del centro van llenos de olor a cama, a hambre añeja y a esperanzas desveladas. En las escuelas los niños sueñan con historias de dragones y caballeros, de héroes y villanos, de princesas y besos encantados. Ella ya no lo espera ni quiere saber nada de él. ¿Te das cuenta lo relativa que es la vida? Él se muere por ella y para ella él ya está muerto, enterrado, olvidado. Él la sufre porque es el amor de su vida y ella no sufre porque hay otro amor en su vida. Y entre todas éstas contradicciones los dos concuerdan en algo; para él ella es lo más importante en su vida, y en la vida de ella no hay nada más importante que ella misma. 

El sol por fin se ha atrevido a asomar su cara solo para ver que no vale la pena salir de la cama. Va a ser una tarde gris y triste, tan triste como el día de la despedida. En realidad no fue hace mucho tiempo pero para él ha sido eterno mientras que ella ya ni se acuerda (ni le importa acordarse). El polvo se va levantando con cada paso y en cada grano de arena hay un "te amo" que el tiempo no le dejó sacar. Se da cuenta de que cada vez su andar es más silencioso, que el cuerpo va dejando de pesar y que los pulmones ya no le queman. Por fin después de tanto tiempo se ha detenido, ha llegado a la meta.



El olvido no es un lugar bonito.