En la radio sonaba una canción a punto de ser olvidada. Del ventilador brotaba un murmullo de viento forzado a trabajar las horas extras de la triste tarde. Y triste es porque los pensamientos se arremolinan en mi cabeza como buitres ante la vista de un animal moribundo. Yo no la maté, no la maté pero me siento como si mano hubiera empuñado cinícamente el arma que le brindó la muerte. Cuando llegué ya llevaba varias horas muerta. La encontré sentada a la mesa del comedor como alguien que ha invitado al destino para la cena.
Desde ahí todo ha sido como formar parte de una historia que nada tiene que ver conmigo, como andar viviendo en tercera persona. No se cuantos días han pasado desde que la enterré. Recuerdo como la tierra, convertida en lodo por la lluvia, caía sobre el ataud tratando de borrar lo último que quedaba de ella. Hoy no aguanto más y quiero dormir hasta convertirme en un único deseo, jamás haberla conocido. Todavía guardo su ropa en mi closet y hasta he cambiado las flores de la entrada. No es fácil seguir viviendo en este departamento donde todavía la veo cambiarse de ropa y quejarse porque odia levantarse temprano. Te juro que no la maté.
Yo solo tenía curiosidad de saber si también ella tenía corazón.